Simone de Beauvoir estaba equivocada
El género no es solo una construcción social, es más una cuestión biológica.
Cuando en la Francia revolucionaria del siglo XVIII, Olympe de Gouges fue guillotinada por defender la igualdad jurídica y legal entre los sexos, las mujeres no tuvieron más remedio que quedarse calladitas durante casi dos siglos, hasta que en el XIX aparecieron las Sufragistas en el Reino Unido.
Por supuesto, ellas tampoco fueron escuchadas. A los hombres les cuesta escucharnos (ahora sabemos que tiene que ver con su estructura cerebral y el papel de la testosterona en el desarrollo de los sistemas auditivos en su cerebro, digamos).
Tuvimos que esperar al siglo XX para que las mujeres tuviéramos la misma categoría de ciudadanas que los hombres (o casi). Es decir, para que pudiéramos votar.
Esto nos mantuvo “satisfechas” un ratito. Pero tras finalizar la segunda Guerra Mundial, las mujeres experimentaron una nueva necesidad. Participar activamente en dicha contienda les mostró que ellas también deseaban disponer de su independencia, trabajar, tener salarios justos, controlar su maternidad y divorciarse sin presión.
Hasta aquí todo bien. Pero ¿en qué momento de esta lucha justa empezamos a perdernos?
Es probable que Simone de Beauvoir y su ensayo: El segundo sexo, tenga algo que ver con este desenfoque de la lucha original y esta pérdida de la feminidad que hoy nos está saltando en la cara.
Veamos, Simone, filósofa francesa publica en el siglo XX su más famosa obra en la que asegura que “no hay nada biológico que justifique los roles de género y que este es solo una construcción social”. Y puede que el resto del ensayo estuviera bien afinado, pero este concepto, cuya falsedad ha sido demostrada por las últimas investigaciones científicas, torció un poco el camino.
Sin darnos cuenta y con la mejor de las intenciones, la lucha por la igualdad de oportunidades y derechos se volvió una guerra de géneros. Yo soy mejor que cualquier hombre y estoy dispuesta a demostrarlo.
En ese camino, algunas mujeres empezamos a perder contacto con nuestra feminidad, porque para realizar las tareas de los hombres y emularlos, necesitábamos ser como ellos.
¿Realmente estamos mejor?
Recuerdo la primera vez que escuché esta duda expresada en voz alta.
Mi amiga Alejandra, a quien consideraba feminista como yo, tuvo el valor de decir algo que quizás todas pensábamos, pero ninguna nos atrevíamos a reconocer, por aquello de que se nos tachara de machistas: ¿realmente estamos mejor ahora que además de todo lo que las mujeres hacían antes (cuidado de la casa y la familia) también tenemos que salir a buscar el sustento, hacer un MBA y doctorarnos para sentirnos dignas?
En lugar de empoderarnos y respetar el papel fundamental que la mujer ha venido cumpliendo en la sociedad hasta este momento, lo que hicimos fue menospreciarlo nosotras también. Hoy día una mujer empoderada es aquella que cumple los roles tradicionales masculinos, es decir, que tiene éxito profesional, y que gana mucho dinero.
Para hacérnoslo más difícil aun, pretendemos que una mujer trabaje y tenga una carrera profesional como si no tuviera hijos, y que tenga hijos y los cuide como si no tuviera un trabajo y una carrera profesional.
Somos iguales, somos diferentes
“Desde la década de los sesenta, un gran número de grupos de presión… sostenían que los gobiernos, las religiones y los sistemas educativos eran una estrategia … para suprimir a las mujeres, para evitar que las que tenían talento escalasen posiciones en la sociedad... El estudio del funcionamiento del cerebro nos ofrece muchas respuestas. No somos idénticos. Los hombres y las mujeres deberían ser iguales en cuanto a los derechos y oportunidades para coercer todo su potencial, pero no son idénticos en cuanto a sus capacidades innatas”, escriben Allan y Barbara Pease en su libro Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas.
“La evidencia biológica disponible en la actualidad muestra una realidad diferente acerca de por qué pensamos de una forma determinada, demostrando convincentemente que los responsables de nuestras actitudes, preferencias y conducta son las hormonas y la estructura cerebral. Por lo tanto, si niñas y niños creciesen en una isla desierta en la que no existiese ningún tipo de sociedad organizada o padres que les pudiesen guiar, las niñas seguirían abrazándose acariciándose, haciendo amigos y jugando con muñecas mientras que los niños intentarían competir física y mentalmente y tenderían a la formación de grupos con una clara jerarquía”.
Gracias a la tecnología de las últimas décadas, la ciencia demuestra que la conducta de hombres y mujeres está marcada por la genética y la evolución. De esta manera, los roles tradicionales femeninos y masculinos nos permitieron sobrevivir. Somos los herederos de estos hombres y mujeres. No podemos negar nuestra naturaleza.
Ahora, el problema está en que la realidad de las cavernas cambió y tenemos que ver cómo usar ese “equipamiento” primitivo en esta nueva realidad.
Recuperando nuestro poder
Lo que aquí pongo en debate no es si elijo hacer una carrera profesional, tener una familia, ambas cosas o ninguna. Creo que todas estas opciones son igual de válidas si las tomas desde un lugar de completa sinceridad contigo misma. Y poco o nada tienen que ver con el empoderamiento femenino.
Desde mi perspectiva, el verdadero empoderamiento femenino es amarme en mi feminidad. Respetando y reconociendo el valor que el rol femenino ha tenido y tiene en la sociedad, desde la supervivencia hasta nuestros días.
En lo personal, es abrazar lo que me hace mujer, reconocer mis diferencias con los hombres y darme cuenta de que ambos roles son complementarios, ninguno es mejor que el otro. Redescubrirme en ese papel, decidiendo si ese es mi camino o no, e integrando incluso el dolor que todas las mujeres cargamos a lo largo de siglos de violencia, humillación, abusos y ausencia de voz.
En lo social, es buscar mecanismos que nos protejan. Porque nuestro rol es vulnerable, susceptible al poder hegemónico del dinero. Para que las mujeres que eligen dedicarse exclusivamente al cuidado de su familia tengan una fuente de ingresos. Y libres de la dependencia económica del marido puedan decidir si quieren continuar o no en ese rol, o incluso en el matrimonio. Y para que cuando llegue la vejez tengamos una jubilación que nos respalde todo el tiempo, esfuerzo, sudor y lágrimas que dejamos en ese maravilloso trabajo que hicimos.
Este es el tipo de sociedad en la que puedo realmente imaginar a la mujer empoderada.
Tú cómo lo ves? Te leo