Las mujeres tienen miedo a recibir

Las mujeres tienen miedo a recibir

“Usted tiene que aprender a recibir de los hombres”. Con esta frase lapidaria se despidió Yigal Kutnovski, Maestro de Kabbalah, en la primera entrevista que tuve con él.

En 45 minutos habíamos hablado de todo menos de los hombres. Mi primera reacción fue: ¿qué? ¿a qué viene eso? Y lo rechacé enseguida por no entenderlo.

Una semana después me bajó la ficha, cuando me percaté de que en mis últimas relaciones había dado y no había recibido en la misma medida. También pude darme cuenta de que no tenía el valor para expresarlo, porque muy en el fondo no me sentía digna de ser amada y por lo tanto, me paralizaba el miedo cada vez que tenía que expresar a mi pareja una necesidad, ponerle un límite relacionado con mis necesidades, o pedirle algo.

¿Cómo pudo Yigal darse cuenta de esto en una breve conversación y yo no haberlo visto en 40 años? Aun no lo sé, pero sí pude hacerme una idea de por qué a los kabbalistas los consideraban “magos” en tiempos remotos.

Sentir que no soy digna

Con la venda caída, pude ver el cortometraje de mis últimas relaciones repitiéndose. Mi actitud (yo le llamé mi armadura) era la de no necesito nada de tí, por lo tanto no me puedes hacer daño (no me muestro vulnerable). En cambio, te lo doy todo porque dar no duele y tampoco me da miedo (porque es una posición de poder).

Este autoengaño me arrastró a una situación en la cual mientras más daba yo, menos recibía y por consiguiente más desvalorizada me sentía. Pero ¿de dónde venía esa sensación de no merecimiento? Ese círculo vicioso en el que por mucho que yo daba, nunca sentía que podía pedir algo a cambio.

Lo supe leyendo a John Gray en Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus: “El hecho de establecer límites y recibir es algo que resulta muy alarmante para la mujer. Se muestra a menudo temerosa de necesitar demasiado y de ser entonces rechazada, juzgada o abandonada. El rechazo, el juicio o el abandono son muy dolorosos porque en la profundidad de su inconsciente ella mantiene la incorrecta creencia de que no merece recibir más. Esta creencia se formó y reforzó en la niñez cada vez que tuvo que reprimir sus sentimientos, necesidades o deseos”.

¡Bingo! Esa soy yo. Y todas las mujeres que conozco que no pudieron poner límites saludables en sus relaciones. Mujeres inteligentes, independientes económicamente, con títulos universitarios. Mujeres fuertes que permitieron cosas (de las que se avergüenzan) a sus parejas sin entender qué hilos las movieron a comportarse de esa manera.

Pero aun hay más. Dice Gray: “Una mujer se muestra particularmente vulnerable a la negativa e incorrecta creencia de que no merece ser amada. Si de niña fue testigo de abuso o directamente destinataria de este, será aun más vulnerable al sentimiento de no merecer amor y le resulta difícil determinar su valor. Oculto en el inconsciente, este sentimiento de inmerecimiento genera el temor de necesitar a otros. Parte de ella imagina que no será apoyada”.

Ese temor le lleva a rechazar inconscientemente el apoyo que necesita y ¿adivinen qué pasa en su contraparte? Cuando un hombre percibe que ella no confía en él, se siente rechazado e invalidado. “La desesperación y desconfianza de ella transforman sus necesidades válidas en expresiones desesperadas de necesidad y le comunican a la pareja masculina el mensaje de que no confía en que pueda apoyarla. Irónicamente los hombres se sienten estimulados por el hecho de ser necesitados, pero se desaniman ante la necesidad”.

Entiéndase necesidad como el hecho de necesitar desesperadamente apoyo porque no confío en obtenerlo, y eso, según Gray, aleja a cualquier hombre, los hace sentir rechazados y no apreciados (doy fe de ello).

Quienes me conocen, sabrán lo difícil que fue salirme de esa “necesidad” y empezar a pedirle a mi pareja lo que necesito abiertamente, confiando en que él va a apoyarme.

Salir de nuestra zona de confort es casi imposible cuando aun estamos de ese lado, pero una vez que empezamos a caminar (aterrorizados) por ese camino, descubrimos que del otro lado está esperándonos algo mucho más grande de lo que habíamos imaginado.

El resultado ha sido inmediato. Casi mágico. Ahora, no solo me siento realmente amada, sino que veo como él florece en ese ejercicio de cuidarme.