El eterno conflicto de los hombres con lo femenino

El eterno conflicto de los hombres con lo femenino

La primera vez que me sentí rechazada por un hombre fue a los 8 años. Jugando en el patio de la escuela me percaté de que Manuel (y el resto de sus compañeros) prefería jugar con otros niños, en lugar de hacerlo conmigo.

Aceptar esta realidad me costó, porque a esa edad mis juegos favoritos eran los que jugaban los varones. Y no había muchas niñas que me siguieran en esas preferencias.

¿Qué hay de malo con nosotras?

Absolutamente nada. Tampoco hay nada de malo con ellos. La construcción de la identidad masculina es un proceso mucho más complejo y fascinante de lo que puede parecer a simple vista y está relacionado con la necesidad de diferenciarse de lo femenino.

En el nivel más básico de un individuo, es decir, el embrionario, la programación de la vida parece ser femenina. Elisabeth Badinter explica en su libro XY, la identidad masculina que “el macho XY posee todos los genes presentes en la hembra XX. En cierto sentido, el macho es la hembra más algo. Esto significa también que el sexo hembra es el sexo base en todos los mamíferos. Dicho de otra manera, el programa embrionario de base se orienta hacia la producción de hembras. El único papel de Y es el de desviar la tendencia espontánea de la gónada embrionaria indiferenciada, para que en lugar de organizar un ovario, fuerce la aparición de un testículo”.

La masculinidad tiene que abrirse paso, rompiendo la inercia natural hacia la feminidad, para poder ser.

Así durante las primeras semanas de vida, el feto masculino hará también un esfuerzo permanente para diferenciarse. Su cerebro modificará sus estructuras, gracias a la testosterona. Y este proceso neuroquímico continuará durante el primer año de vida del varón, en que los niveles del neurotransmisor serán tan altos como los de la adolescencia, según nos cuenta la neuropsiquiatra Louann Brisendine.

 “Este comienzo biológico es el presagio de un derrotero que definirá gran parte de la vida posterior del varón en dos sentidos: a) su origen femenino y b) la oposición a esta misma génesis para definir su masculinidad”, asegura Walter Riso en un bellísimo libro titulado La afectividad masculina.

No me extraña que a Manuel, el peor insulto que le pude propinar por despecho fue el de: “pareces una niña”. A la larga, aseguran los expertos, la identificación masculina no es otra cosa que una desidentificación femenina.

Volviendo a lo femenino

Con la llegada de la pubertad, el varón descubre “casi horrorizado” según Riso, que tantos años de condena y negación por lo femenino, no solo no les han servido de mucho, sino que los lleva directamente al lugar del que tanto quisieron huir: la mujer.

La atracción sexual es la fuerza “punzante y demoledora que definirá gran parte de la existencia masculina posterior… el retorno a la mujer y la aparente conciliación con el otro sexo deja expuesto de una vez por todas el conflicto básico del varón, el dilema atracción-repulsión hacia lo femenino, que guiará y determinará gran parte de su vida amorosa”.

Tres tipos de hombres

Solo hay una manera de encontrar el punto medio y es explorando los extremos. La experiencia, el autoconocimiento y la madurez deberían permitirle al hombre sentirse cómodo con su identidad masculina sin que la feminidad sea una amenaza constante.

Sin embargo, no todos consiguen superar ese "conflicto básico del varón" de una manera satisfactoria. Walter Riso clasifica tres tipos de hombres, según han podido transitar este dilema:

a) Los que no son capaces de alejarse lo suficiente del vínculo inicial maternal y permanecen en una relación infantil o culpable (buscando siempre a mamá).

b) Los que se distancian demasiado y pueden oponerse al amor femenino con indiferencia o agresión.

c) Los que logran reestructurar un buen punto de equilibrio y alcanzan a reconciliarse con ellos mismos y el amor femenino.

¿En cuál de estos tres reconoces a tu pareja?